Su amante era una maceta. Bueno, no exactamente una maceta, sino más bien, la planta con flor enraizada en la misma, concretamente un geranio. Esa flor tenÃa todos los atributos que una buena amante podÃa tener: era bella, dulce, entregada, ingenua...Paseaban juntas por la calle al anochecer. Como no podÃan ir de la mano, pues bien es sabido que los geranios no están dotados de dichos apéndices, el mecanismo de unión consistÃa en una correa de mascota.
El collarÃn de la correa sujetaba el cuerpo de la maceta, la cual no era más que un sencillo pote de arcilla. El desplazamiento por la calle llevando una maceta de barro no parece ser a priori algo difÃcil, y desde luego, no lo era para aquella chica, que lo hacÃa con gran maestrÃa. No consistÃa, como algunos pudieran pensar, en ir arrastrando el tiesto de manera burda. Ese modus operandi no solo carecÃa de toda elegancia, sino que además pondrÃa en peligro al bello geranio, volcando en el suelo la tierra y arrancando la mata. La enamorada tenÃa la peculiar habilidad de transportar la pequeña jardinera haciéndola volar por los aires; con un leve movimiento de muñeca hacÃa pasar la maceta de un lugar a unos metros más allá de un salto, manejando la correa cual látigo de domador, pero depositando de nuevo la planta en el suelo con la suavidad del vuelo de una libélula, sin necesidad de tocarla. Cada vez que la maceta tocaba el suelo, de manera que parecÃa inevitable, perdÃa una cantidad minúscula de tierra por el orificio de drenaje, una tierra muy negra natural, muy fértil y húmeda. Sin embargo a ninguna de las dos parecÃa preocuparle dicha pérdida, aún quedaba mucha tierra.
Algunas personas de la calle observaban de lejos ese paseo, señoras que miraban asombradas, muchachos que reÃan sin disimulo, pues percibÃan el lazo de amor entre ambas. Y asà paseaban, subiendo y bajando escaleras y escalones, por calles y callejones de la ciudad, sin un rumbo fijo, al abrigo de la oscuridad de una noche tibia de verano. Y mientras, esa chica en sus pensamientos recordaba, que su amada no siempre fue una flor. Que una vez fue una mujer al igual que ella. Una joven de piel oscura, ecuatorial, de rasgos exóticos y cálidos, cabellos trigueños y sonrisa láctea, de labios ricos y caderas danzantes.
Imagen: Ilustración Mara Jess.