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Crescendo o La chica pianista



La chica pianista practicaba todo el día, a todas horas. Tocaba incluso mientras dormía; golpeaba las ochenta y ocho teclas del blanco piano en sueños. Sus dedos ahora fluyen por encima del teclado cual pardas culebras de río. Sus pies desnudos se sumergen en el frío líquido, hasta los tobillos; nota la suave corriente por entre los dedos de sus pies y oye el murmullo del agua que se produce al rozar con las brillantes piedras. No puede oír la música, solo el flujo del agua. Quiere oír su música, así que golpea las teclas más fuerte; eso provoca que suba el nivel del río, hasta sus rodillas. Ahora puede oír algo de su música, pero no lo suficiente. Necesita saber si la melodía es la correcta. Pequeños peces nadan por entre sus muslos. Una rana verdosa salta encima del piano y croa, pero no emite sonido. Le pesan los brazos y el movimiento se enlentece. Debe tocar más rápido o perderá la armonía. Hace un gran esfuerzo y lo consigue. Se agiliza el movimiento de sus dedos, los cuales han perdido la rigidez articular, son tan elásticos ahora que se doblan de igual modo hacia delante que hacia atrás. La corriente del río se hace más poderosa y la empieza a arrastrar, pero sin perder la compostura. La pianista sigue sentada en su taburete. Flota en el agua a favor de la corriente, sin perder su posición con respecto del piano. Ya están totalmente cubiertos por el agua. Su cabello se suspende cual alga marina, la música ahora se oye perfectamente, ella puede respirarla y esboza una sonrisa. Multitud de burbujas emergen hasta la superficie desde las teclas del piano a cada golpe, y en cada burbuja va contenida una nota musical. El camisón intenta despegársele del cuerpo. El agua está muy tibia ahora y el corazón agitado. Todo se oscurece de repente, se apagan los colores. Noche absoluta. Blanco y negro: teclas blancas, teclas negras; luna blanca, culebras negras; estrellas blancas, piano negro; el piano se funde con el cosmos y desaparece. Solo hay teclas flotando. Se van escapando, sus dedos se separan de sus manos para poder alcanzarlas hasta el infinito. Pero no llega, no puede seguir tocando, así que empieza a caer al vacío, ha perdido su música, ya no se oye. Solo se alcanza a oír el croar de una rana. Despierta sobre su cama, y solloza, pues por más que lo intenta, no consigue recordar la partitura del agua.

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